Este es mi humilde aporte al aniversario 100 de Juventud Antoniana, un cuento en el que busque representar parte de la historia del Santo. Este será el primero de una serie de Cuentos Antonianos que vamos a publicar durante el año del Centenario.
Rulo, Bonaerense, de San Martin, pero con sangre salteña.
Ricardo, su papá, hijo de uno de los primeros socios del Centro Juventud Antoniana. La mayor herencia de Rulo, el orgullo por sus orígenes.
Sus amigos eran hinchas de Chacarita, por el barrio, o de Boca o de River, pero Rulo, más allá de sentirse parte de la barriada, tenía una única pasión, un amor a distancia.
No conocía el Fray Honorato Pistoia más que por las anécdotas de su padre, quien junto a su madre se iban a Bs As por trabajo a mediados de los 80.
A Rulo, la pasión por el Santo se la transmitía su progenitor quien le contaba de viajes a Ledesma, Tucumán, Catamarca. Eran aquellos años de Regionales…ni hablar del gran clásico norteño ante el Lobo jujeño y las históricas clasificaciones para codearse con los grandes de Bs As, como en el 71, cuando Ricardo conoció el Monumental de Núñez, la chilena del goleador de aquel Nacional, Luñiz, que hizo delirar a los salteños y un árbitro que inclinó la balanza para que los locales pudieran dar vuelta el resultado o como aquel tremendo viaje a Liniers, donde Juventud fue testigo del regreso de San Lorenzo a Primera en Vélez con la sorpresa de la gran cantidad de hinchas que llegaron desde el norte del país. Y de los clásicos ante Central Norte y las multitudinarias caravanas a Barrio Norte. Rulo solo conocía el cheto barrio homónimo de la capital, y por lo que le contaba su padre, allá en Salta, el barrio azabache en nada se parecía, y menos cuando se enfrentaban Santos y Cuervos.
Pero las anécdotas favoritas de Rulo eran aquellas de los 44 partidos invictos! Ricardo ya vivía en Bs As y él era un bebe, pero el fanatismo de su padre hizo que varios fin de semanas dejara a su familia en la gran urbe para ir a ver lo que para muchos es el mejor equipo de la historia, el del record nacional.
Y siguen los recuerdos de Rulo. Muy fuertes.
En el 96 sigue la campaña del Santo por la tele en un único noticiero deportivo de Bs As que pasaba los goles del Argentino A y leyendo en la “Solo Futbol” los resúmenes de los partidos para memorizarse ese gran equipo de Kairuz, “Los Héroes de Cipolletti” que contra todo pronóstico conseguiría el ascenso en el sur, a pesar de no haber podido ganar en Salta. De la misma manera sufrió el descenso y volvió a gozar con el regreso al Nacional B de la mano de Comelles en el 98.
Terminando la primaria, su padre le daría una noticia que lo marcaria para siempre. Tantos años peleándola en Bs As, le surge a Ricardo un trabajo en su tierra natal y no dudaría en volver. Se le pasaron mil cosas por la cabeza a Rulo. Dejaba el barrio, los amigos, el colegio de siempre, pero también significaba encontrarse con el Santo, aquel amor a distancia, que más allá de algún partido en Bs As al que había asistido junto a su padre, a partir de ese momento, lo tendría a la vuelta de la esquina.
Y así llegó el sorprendente tiempo de conocer el mítico Santuario, la tribuna de calle Catamarca, los amigos del viejo, con varios kilos de más, compinches de aquellas anécdotas y la coca que se dejaba ver y le dejaba su sello cuando los amigotes lo saludaban a Rulo. "¿Éste es Ricardito? Éste salió a la madre, mirá la facha que tiene!". Eran aquellos héroes de añejas batallas por el norte del país…y eran tal cual se los imaginaba, bien salteños, gigantescos Santos!!!
Y salió el equipo a la cancha y entre la lluvia de papelitos Rulo pudo divisar a quien sería su gran ídolo, Miguel Ángel Velarde, el “Pichi”...el recuerdo de su padre, "mira si no habré gritado goles del Puma en aquel arco (señalando en dirección a la tribuna de la San Luis), goleador como Garnica no hubo, ni habrá", pero fue el "Tío", el más veterano de los amigos, quien contradijo su dicho "Turco, el má grande a sio el Ardilla Rivero, lo tenía d ijo a lo cuervo", con una tonada bien salteña y el acullico que cada vez se hacía más grande.
Sus amigos eran hinchas de Chacarita, por el barrio, o de Boca o de River, pero Rulo, más allá de sentirse parte de la barriada, tenía una única pasión, un amor a distancia.
No conocía el Fray Honorato Pistoia más que por las anécdotas de su padre, quien junto a su madre se iban a Bs As por trabajo a mediados de los 80.
A Rulo, la pasión por el Santo se la transmitía su progenitor quien le contaba de viajes a Ledesma, Tucumán, Catamarca. Eran aquellos años de Regionales…ni hablar del gran clásico norteño ante el Lobo jujeño y las históricas clasificaciones para codearse con los grandes de Bs As, como en el 71, cuando Ricardo conoció el Monumental de Núñez, la chilena del goleador de aquel Nacional, Luñiz, que hizo delirar a los salteños y un árbitro que inclinó la balanza para que los locales pudieran dar vuelta el resultado o como aquel tremendo viaje a Liniers, donde Juventud fue testigo del regreso de San Lorenzo a Primera en Vélez con la sorpresa de la gran cantidad de hinchas que llegaron desde el norte del país. Y de los clásicos ante Central Norte y las multitudinarias caravanas a Barrio Norte. Rulo solo conocía el cheto barrio homónimo de la capital, y por lo que le contaba su padre, allá en Salta, el barrio azabache en nada se parecía, y menos cuando se enfrentaban Santos y Cuervos.
Pero las anécdotas favoritas de Rulo eran aquellas de los 44 partidos invictos! Ricardo ya vivía en Bs As y él era un bebe, pero el fanatismo de su padre hizo que varios fin de semanas dejara a su familia en la gran urbe para ir a ver lo que para muchos es el mejor equipo de la historia, el del record nacional.
Y siguen los recuerdos de Rulo. Muy fuertes.
En el 96 sigue la campaña del Santo por la tele en un único noticiero deportivo de Bs As que pasaba los goles del Argentino A y leyendo en la “Solo Futbol” los resúmenes de los partidos para memorizarse ese gran equipo de Kairuz, “Los Héroes de Cipolletti” que contra todo pronóstico conseguiría el ascenso en el sur, a pesar de no haber podido ganar en Salta. De la misma manera sufrió el descenso y volvió a gozar con el regreso al Nacional B de la mano de Comelles en el 98.
Terminando la primaria, su padre le daría una noticia que lo marcaria para siempre. Tantos años peleándola en Bs As, le surge a Ricardo un trabajo en su tierra natal y no dudaría en volver. Se le pasaron mil cosas por la cabeza a Rulo. Dejaba el barrio, los amigos, el colegio de siempre, pero también significaba encontrarse con el Santo, aquel amor a distancia, que más allá de algún partido en Bs As al que había asistido junto a su padre, a partir de ese momento, lo tendría a la vuelta de la esquina.
Y así llegó el sorprendente tiempo de conocer el mítico Santuario, la tribuna de calle Catamarca, los amigos del viejo, con varios kilos de más, compinches de aquellas anécdotas y la coca que se dejaba ver y le dejaba su sello cuando los amigotes lo saludaban a Rulo. "¿Éste es Ricardito? Éste salió a la madre, mirá la facha que tiene!". Eran aquellos héroes de añejas batallas por el norte del país…y eran tal cual se los imaginaba, bien salteños, gigantescos Santos!!!
Y salió el equipo a la cancha y entre la lluvia de papelitos Rulo pudo divisar a quien sería su gran ídolo, Miguel Ángel Velarde, el “Pichi”...el recuerdo de su padre, "mira si no habré gritado goles del Puma en aquel arco (señalando en dirección a la tribuna de la San Luis), goleador como Garnica no hubo, ni habrá", pero fue el "Tío", el más veterano de los amigos, quien contradijo su dicho "Turco, el má grande a sio el Ardilla Rivero, lo tenía d ijo a lo cuervo", con una tonada bien salteña y el acullico que cada vez se hacía más grande.
Esa campaña del año 99 le dejaría una marca imborrable, dejando en el camino a dos eternos rivales como los cholos de Gimnasia y Tiro y el siempre complicado San Martin de Tucumán. Ni hablar de la semifinal ante All Boys, la ida en Salta y su primer viaje con la hinchada hasta Floresta para ver aquella obra de arte del Pichi Velarde, donde desde la mitad de cancha decoró la clasificación a la final con un histórico 5 a 3 ante el Albo del Checho Batista. Y como son las cosas de la vida. La final nada más y nada menos que ante el equipo de sus amigos, Chacarita, el viaje a su Barrio, donde se sintió visitante, junto a miles de salteños que a pesar del resultado nunca dejaron de cantar "mirala que linda viene, mirala que linda va, aquí están los antonianos, como vienen ya se van... oooohh eeehh oooh eeehh". Se perdió la final, pero se ganó en orgullo.
Para Rulo, ese amor ya era incondicional, viviéndolo en carne propia se convertiría en una forma de vida, rapidamente conocio a personajes del cotideano antoniano, como la mami Argentina y Totano, el historico utilero.
Luego, años de frustraciones deportivas e institucionales. El descenso del 2006, el deterioro del mítico Santuario, el que a partir del 2001, cuando se inaugura el Martearena, se jugarían menos partidos, se deja la localía de la Lerma que tanto le dolió a Rulo…dirigencias que no tuvieron visión y un Centenario que se acerca con una sola explicación de porqué Rulo sigue yendo a la cancha a pesar de todo: la herencia paterna y un sentimiento inexplicable.
Rulo fue papá, hace apenas unos año. El 12 de enero de 2013 nació Santino y a las pocas horas ya era socio, como su papá, su abuelo y su bisabuelo.
El 12 de enero habrá doble festejo en la Lerma y San Luis, el cumple de Santino y los 100 del Santo.
Rulo fue papá, hace apenas unos año. El 12 de enero de 2013 nació Santino y a las pocas horas ya era socio, como su papá, su abuelo y su bisabuelo.
El 12 de enero habrá doble festejo en la Lerma y San Luis, el cumple de Santino y los 100 del Santo.